jueves, 22 de octubre de 2009

El derecho al voto femenino y ¿el deber?

No cabe duda que la reforma a los artículos 34 y 115 de nuestra Constitución, publicada en el Diario oficial de la Federación el 17 de octubre de 1953, que otorgó finalmente a las mujeres mexicanas el derecho a votar y ser votadas, representó no sólo la posibilidad de su participación plena en política, sino sobre todo, un profundo avance hacia un México más justo y equitativo.

Hombre y mujer, como seres humanos, tenemos una vocación natural a vivir en sociedad; desde que nacemos llegamos al menos a los brazos de una madre y formamos parte de inmediato, de una pequeña o a veces no tan pequeña sociedad que es la familia y, simultáneamente y sin darnos cuenta, nos insertamos a grupos sociales mayores como lo son la ciudad y el país.

En nuestro desarrollo individual, nos percatamos que necesitamos integrarnos adecuadamente a la sociedad de la que formamos parte, y, a su vez comprobamos, que este desarrollo será mayor en la medida que seamos capaces de generar una sociedad más sana y más ordenada que sostenga y potencialice todas nuestras actividades humanas.

Por el contrario, el descuido o debilitamiento social, afecta necesariamente nuestro desarrollo individual, como sucede desafortunadamente en estos tiempos.

Por esto, surge de manera natural y no como una creación, la actividad política como deber ético de todo miembro de una comunidad que, por el solo hecho formar parte de ella, está obligado a contribuir de manera permanente al bien común, al “bien de la ciudad”.

Por estas razones, el otorgamiento pleno del voto a las mujeres, implica el reconocimiento a su naturaleza y dignidad como persona, a sus necesidades de realización personal y a su derecho natural para contribuir activamente al bien de su comunidad y lograr las condiciones necesarias tanto materiales, culturales y jurídicas que requiere, en igualdad de condiciones que el hombre.

Hoy, a 56 años de esta conquista, con el reconocimiento pleno de nuestros derechos políticos, integradas en casi todos los ámbitos de la sociedad mexicana, y principalmente, por el hecho de que somos una clara mayoría social que puede influir y decidir prácticamente en todo, tenemos la más alta responsabilidad en estos tiempos difíciles y ante retos como la impunidad, la pobreza, la violencia y otros propios de nuestro género como la discriminación laboral, de aportar con determinación y generosidad nuestras ideas, trabajo, liderazgo y capacidades para el mismo objetivo de entonces: el de construir una sociedad más humana y más justa.

La pregunta para cada una de nosotras es: ¿Lo estamos haciendo?

http://impreso.milenio.com/node/8660879

jueves, 1 de octubre de 2009

Carlos Abascal: En Tampico dejó huella e inspiró.

Al cumplirse el primer aniversario de su fallecimiento, quiero compartir parte del legado en testimonio y pensamiento que nos dejó, no sólo como una manera de rendirle tributo a quien lo merece, sino especialmente porque en estos tiempos de desánimo, por las dificultades económicas y sociales que percibimos, considero que puede brindarnos un camino esperanzador, que nos permita tener la certeza de que pese a todo, vale la pena entregarse al servicio del bien común, ese en el que se ama a las personas sirviéndolas, buscando su bien.

Muchos tampiqueños tuvimos la fortuna de conocerlo y gozar de su siempre amable, sencillo y cálido trato, y algunos, de ser testigos de su entrega generosa y desinteresada a los demás, incluso en casos muy concretos que se le planteaban.

En su última visita a Tampico, el 5 de julio de 2007, nos entregó una magna conferencia sobre participación ciudadana en la que dijo de muy buen humor al inicio de su charla ¡Hay que despertar! y nos recordó que la responsabilidad de la población va más allá del simple sufragio el día de las elecciones: “Los ciudadanos deben dejar de ser habitantes para convertirse en actores fundamentales de la sociedad”.

Allí afirmó que el reto que enfrentamos en nuestra zona conurbada es ser ciudadanos que participemos activamente en las tareas políticas y exijamos a los gobernantes que rindan cuentas de su desempeño, para evitar tener malas administraciones que no respondan a las expectativas de la gente.

Cada una de sus palabras calaba profundo no sólo por la pasión que les infundía, sino porque iban empujadas por su testimonio de servicio y de congruencia ya muy reconocidos en su trayectoria empresarial y en la función pública.

El 26 de Noviembre de 2008, unos días antes de su partida, fue reconocido con el grado de doctor Honoris Causa por la Universidad Anáhuac México Sur, ceremonia a la que asistimos algunos tampiqueños y pudimos presenciar que aún tan enfermo, con cada una de sus acciones nos brindaba un mensaje de amor, entrega y generosidad; al llegar al recinto, pese a su debilidad, quiso entrar por su propio pie; teniendo un material en video de apoyo por si su salud no le permitía hablar, quiso dar su mensaje de viva voz con la pasión y sensibilidad de siempre, hablándole especialmente a los jóvenes.

Allí daba su testimonio de vida diciendo: “Yo estoy hecho de amor de Dios. Yo creo que todos estamos hechos de amor de Dios, sólo que la diferencia entre los hombres es que algunos se dan cuenta y otros no”. Y definió: El Amor es servicio.

Explicó que llamados a transformar el mundo, nacemos con dos sellos distintivos: nuestra dignidad y nuestra vocación social, la cual no puede ser realizada por nadie más.

Al escuchar esto último, recordé lo que alguna vez me dijo en una conversación telefónica en la que yo me quejaba, como ahora lo hacen muchos de los mexicanos, de la ineficacia de instituciones, de la corrupción de funcionarios y de ciudadanos, de la violencia, etc. y después de escucharme me dijo con firmeza y autoridad: No te puedes desanimar, México te necesita; a ti te corresponde hacer tu parte, lo demás ya no te toca, pero tu parte nadie más la puede hacer por ti.

Ahora estoy convencida de que el antídoto contra el desánimo que priva en este momento, es sin duda decidirnos a hacer con valentía y determinación sólo la parte que nos toca e invitar a los demás que hagan lo que les corresponde.

Y que mejor ejemplo a seguir en estos tiempos difíciles que el testimonio de vida de Carlos Abascal que siempre hizo hasta el último momento su parte.

Gracias por todo Carlos.

http://impreso.milenio.com/node/8681623